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El molinero en el bosque

No hay hombre, mujer o niño en Eurequia que no haya escuchado lo que le ocurrió al antiguo molinero. Herbert era un hombre dedicado y trabajador, conocido por ser el orgulloso padre de un niño llamado Jan. Sin embargo, la tragedia golpeó a la familia cuando Jan falleció inesperadamente debido a una enfermedad. La pérdida de su hijo dejó un vacío profundo en el corazón de Herbert y su esposa, Isber.


Las noches se volvieron particularmente difíciles para el doliente molinero. En más de una ocasión, mientras observaba a través de la ventana, juraba ver el pálido reflejo de su amado hijo en el bosque que rodeaba su hogar. Atraído por las ilusiones nocturnas, Herbert comenzó a aventurarse al oscuro y frondoso bosque en busca de respuestas y una conexión con su querido Jan.


Cada noche, la luna iluminaba el camino de Herbert mientras él avanzaba cautelosamente entre los árboles. En su desesperación por encontrarse con la imagen de su hijo, el molinero encendía velas y dedicaba plegarias paganas en pequeños altares improvisados. Parecía que los árboles resonaban con sus lamentos, susurros y súplicas.


La obsesión fue creciendo en el molinero hasta tal punto que fue descuidando su trabajo y a su propia esposa. Su rostro se fue demacrando y pasaba los días esperando a que la luna saliera para adentrarse en el bosque.


Una noche Isber, ya desesperada por ver en lo que su marido se había convertido, convenció a una patrulla de cazadores para seguir a Herbert al bosque. Terrible fue la sorpresa de estos cuando encontraron al molinero arrodillado frente a uno de sus altares mientras las ramas de los árboles, como si de tentáculos se tratasen, lo retorcían y penetraban en sus orejas absorbiendo sus vísceras y su energía vital. Los cazadores dispararon flechas en llamas a aquel horror de la naturaleza que entre agudos chillidos desapareció.


El molinero murió aquella noche con una sonrisa en la boca. Alguno de los cazadores comentó que murió feliz. Juraron que, entre el amasijo de ramas, raíces y hojas que sujetaban a Herber, pudieron ver la cara de un niño, la cara del pequeño Jan.


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